Dolor y Depresión

El dolor es una combinación de experiencias sensitivas e interacciones neuronales. Es una percepción nociceptiva elaborada e interpretada por parte de diversas estructuras del SNC, de forma que, de una forma más o menos consciente, valoremos la agresión, la situación general, sus consecuencias y la actitud general que podemos o debemos tomar en cada momento.

 

El cerebro trata de anticipar los hechos que van a suceder para generar respuestas adecuadas. Lo mismo que los tenistas preparan la raqueta para recibir el saque antes de que llegue y anticipan la fuerza y posición antes de que llegue la bola, pues no hay tiempo material, el cuerpo anticipa el daño y sus consecuencias y prepara una respuesta adecuada.

 

El dolor, por tanto, es una percepción, como el frio o el calor en primer lugar, una simple nocicepción: lo que percibo es dañino, lesivo. Sin embargo, sobre esa percepción se activa un proceso consecutivo de interpretación cerebral muy compleja, relacionada con la persona, su educación, su experiencia, sus vivencias previas, sus creencias, sus ilusiones, dios, el trabajo, la familia… Multitud de interacciones que sumadas generan el resultado de nuestra experiencia.

 

Cuando hablamos de dolor agudo, este circuito solo nos pide la conservación general de la salud: escapar con bien, soltar el mango de la sartén o quitar la mano después del golpe del martillo…Existe todo este componente, pero es menos extenso y, desde luego, condiciona menos el conjunto de nuestra vida (por más que el gato escaldado huya del agua, aunque esté fría).

 

Cuando el dolor es crónico, el componente vivencial, la carga de las emociones, se hace mucho más relevante. Tanto que, en ocasiones, es mayor que el propio estímulo primario. Pero ¿por qué sucede esto?

 

La razón hay que buscarla en los circuitos moduladores del dolor, que imprimen sentido y le dan un significado bueno o malo: bueno en algunos casos, el dolor de parto, el dolor del esfuerzo deportivo; o malo, en el caso del dolor crónico.

 

La sensación de impotencia, la desesperación del esfuerzo inútil, de la falta de soluciones, conduce a la depresión que se asocia de forma indefectible al dolor mantenido y resistente a los tratamientos.

Los circuitos moduladores están mediados por aminas como la serotonina y la noradrenalina, que modulan el ánimo, pero también las vías del dolor. Son pues circuitos íntimamente relacionados y con una interacción continua.

 

El uso de antidepresivos como la duloxetina o venlafaxina en el tratamiento del dolor, tiene su explicación en estos circuitos y en la alteración del ánimo, y sus dosis dependerán del nivel de afectación. Casi siempre dosis bajas de antidepresivos mejoran el dolor y,  por tanto, el ánimo, no siendo necesarias dosis tan altas como en las depresiones endógenas.

 

Probablemente, y esto es solo una opinión, venimos etiquetando con un nombre u otro a procesos cerebrales más o menos intensos, pero con un origen semejante y esta es la razón de que respondan a un mismo tratamiento.

 

Las enfermedades “del ánimo” tienen un soporte orgánico y, por tanto, podemos tratarlas desde el cuerpo; mientras que las enfermedades del cuerpo tienen una repercusión emocional que responde también a medidas de soporte psicológico.

 

 

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